jueves, 22 de noviembre de 2007

Última función. Última oportunidad para ver:


Una súper diver de Pablo Iglesias.
Vayan. Después no digan que no les avisé.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Haiku con fiebre

esta tarde el viento
me arrancó las plumas
piel de gallina

domingo, 4 de noviembre de 2007

Abro paréntesis

El despertador suena a las diez de la mañana.
Te levantás sin abrir los ojos.
(Ayer, pegada al teclado hasta las cuatro de la madrugada.)
Pocos minutos después, abre la puerta de su habitación la niña.
Mismos ojos achinados.
Mismos, mismos.
Desayunan.
Ponen música.
Bailan.
Ella te señala –su dedito índice estirado en dirección al estante mas alto de la repisa- los álbumes de fotos.
Te pide ver.
Te pide verse en fotos.
Verte. Verlos. A vos, a ella y a el. A todos.
Se sientan en el sillón y repasan por centésima vez las hojas de cartulina gruesa sobre las cuales están pegados los rectangulitos de celuloide impreso.
Impregnados de tiempo. Pasado.
Vos embarazada. Vos en la clínica sosteniéndola a ella en brazos.
Diminuta, pelusita, semillita, granito de café.
El acaricia con su mano gigante -tan larga casi como ese cuerpito todo- la cabeza blandita, el cráneo recén hecho.
Mientras, con el otro brazo, te rodea los hombros.
Te rodea puérpera.
Vos y ella dan vueltas las páginas.
Hacen tajos en el tiempo.
En la planicie del álbum, ella se baña, gatea, camina, sube la escalera del tobogán.
La familia veranea.
Mendoza, Uruguay, Brasil.
Algunas fotografías, pocas, tuyas.
Pocas, porque en la mayoría de los casos te encontrás del otro lado del objetivo.
Ella mira arrobada las imágenes y relata lo que ve. Lo que vivió. Recuerda. Resignifica. Da entidad. Crea. Hace presente lo ausente. Re-vuelve.
El timbre las sobresalta.
Es el, que la viene a buscar. A ella. A la pequeña.
Rápido. Vestirse. Vestirla.
Rápido, la remera, la pollerita, los zapatos.
Evitás las discusiones. El posible berrinche.
Pollera, aunque esté fresco.
Zapatos de charol negro, aunque se ensucien y vos consideres que no son adecuados.
Llaman al ascensor. Bajan.
Mientras descienden los cuatro pisos, te mirás en el espejo. Estás demacrada. Ojerosa. Pero de algún modo te parece que sos, estás, atractiva.
Te peinás las cejas con la yema de los dedos.
La calle está inundada por la claridad del sol.
El espera junto a la puerta del auto, arrimado a la vereda.
Cuando la pequeña lo ve, corre. Se abrazan. Se besan. Festejan.
Vos, a un costado, observás la escena.
Sos un extra.
Ustedes se miran. Se saludan con un movimiento de cabeza.
El saca del bolsillo algunos billetes. Los cuenta y te los da.
Vos los enrollás en el puño de la mano.
Intercambian un par de palabras referidas a la planificación de horarios, fechas.
Se asoman a una inminente discusión. Levanta la voz. No alcanza a gritar. Se contiene. Llegan a un acuerdo.
SE despiden. Besás a tu hija. La retenés un segundo más contra tu cuerpo. Ella te besa apurada y se desliza por entre tus brazos.
Chau.
Suben al auto.
Medio giro.
Entrás. Subís al ascensor.
Sobre tu cara se dibujan las sombras de la puerta –reja, cuando la cerrás.
Un tablero de ajedrez.
Un ta-te-ti
Te asomás, antes de presionar el botón, para verlos ir.
El auto ya arrancó.
No existís más en la geografía de sus cerebros.
Desapareciste.
Prestidigitación.
Magia.
Empezás a derramarte como la cera de una vela encendida.
Goteás.
Abrís la puerta del departamento.
Llorás como un perro.
Gemís como un perro.
Parada en el medio del living.
Media hora.
Te lavás la cara.
Ibupirac y gotas de colirio.
Te sentas frete a la pantalla de la computadora.
Te ponés a trabajar.
No te levantás de tu silla, salvo para hacer un mate o ir al baño, hasta que se hace de noche.
Recién entonces, prendés una luz, encendés el equipo de música a un volumen poco decente y abrís el grifo de la ducha.
Te desnudás.
Permanecés quieta, dejando que las gotas calientes resbalen por tu cuerpo. Te quemen.
La mirada fija en la orgía que se está llevando a cabo frente tuyo, entre dos Barbies y un Ken, todos encimados, desnudos, tiesos, mojados.
El cuarto de baño se cubre de vapor.
Vos cantás a dúo con el muchacho del compact. Propagás las vibraciones de tu voz, que rebotan contra los azulejos:

En la curva del camino
Dos amores me encontré
Pero el camino seguía
La curva ya la pasé
El cruzar la encrucijada
Exige concentración
Si mi cicatriz hablara
Contaría su versión
Nada más
Conozco un modo
Ante la duda todo

jueves, 1 de noviembre de 2007

tejer

a mi alrededor

una llovizna

de ceguera


retorcerme

lo suficiente

como para escurrir


de mí

todo el dolor

hasta quedar ya no yo

porque ya

no sería yo misma

sin dolor ,


sino carcaza.