jueves, 26 de abril de 2007

Jana

Nació sin cuerpo
La voz un hilo
Enroscada
En el carrete de su ombligo

sábado, 21 de abril de 2007

Lost

El sol enhebra hilos de luz a través de los orificios del techo, producidos por las balas de metralla del último tiroteo.
Detrás de los barrotes de pelusa que flota en el aire luminoso, ella, única sobreviviente de la contienda íntima, sentada a la mesa, clava los codos sobre la madera.
Los ojos fijos en el plato vacío.
Esferas ensangrentadas flotando en un caldo de miedo.
Las dos manos sostienen su cabeza, refugio de pensamientos helados, cavernosos.
Presiona el hueso frontal contra el occipital. La mandíbula baila.
Los dientes, pulverizados de masticar terrones de noche anquilosada, lloviznan.
Pequeños montículos de polvo sedimentan, se depositan sobre la superficie lisa de su asombro.

jueves, 19 de abril de 2007

Inconsciente Colectivo

Nueve de la noche. Hace una hora más o menos que estoy arriba del bondi. De La Horqueta hasta Balvanera. Llueve torrencialmente. Belgrano inundado. A través del vidrio empañado se ve que la gente, en la calle, camina con el agua hasta las pantorrillas. El mundo se desploma pero yo por suerte voy sentada. Palermo. Rayos y centellas y el agua cayendo como una cortina pesada sobre el techo. El colectivo se detiene durante unos minutos. Inquietud creciente. Retrocede, cambia el recorrido. Vuelve a retroceder. Por un momento el vehículo se comporta como un animal que ha perdido el olfato. Los pasajeros salen de su letargo y murmuran. El desastre climático quiebra el ritmo parsimonioso del engranaje social. El cuerpo del otro habitualmente borrado, invisible, meticulosamente evadido, de pronto se hace presente. SE conversa con el que está al lado, minutos antes indiferente. El de campera de cuero y remera blanca con el Guernica estampado en el pecho le explica a la rubia platinada que Juan B. Justo está inundada. La vieja sentada atrás mío, a los gritos, insulta al chofer. El resto de los pasajeros inicia una arenga desafinada para que tome valor y apriete a fondo el acelerador. Un par se acerca y en plan “haceme caso que yo sé lo que te digo” le aconseja una ruta alternativa. Por suerte está Muñoz, en la fila de asientos individuales, que va relatando, para si misma, los acontecimientos en tiempo real. Otro, un poco más allá, editorializa. El pibe que está sentado al lado mío se tienta. Nos miramos con cierto aire de confidencia. Yo también me tiento. Decimos algo así como “Qué gracioso” y yo no sé si pienso o digo en voz alta: “Parece una película de ciencia ficción.

miércoles, 18 de abril de 2007

Cómo me reí.

domingo, 15 de abril de 2007

Recoger de a uno
Los pedacitos filosos
Que se desparramaron
Por el piso
Cuando algo
Frágil
E innombrable
Cayó
Haciéndose añicos

sábado, 7 de abril de 2007

SE FI NÍ

domingo, 1 de abril de 2007

Otros, ellos, antes, podían.

Primero, armar las cajas. Convertir las planchas apiladas contra la pared en objetos tridimensionales, en soporte, en receptáculo. Franny me ayuda. Durante un rato la tarea la entusiasma. Después empieza a deslizarlas, las hace rodar, las da vuelta, las apila. Arma figuras. Mirá, dice. Un barco. Mi hija nombra y yo le adjudico al juego el valor de una metáfora. Un barco. Si, pienso. Una nave de cartón corrugado.

Empiezo por los libros. Recorrer los lomos de a uno. Con la meticulosidad de un cirujano que debe extirpar un órgano vital. Las manos se me llenan de tierra. Encuentro, entre tomos gruesos, títulos que daba por perdidos, que busqué como loca en algún momento, que habían desaparecido. La mayor, de Saer. Me detengo a leer algunas páginas. La primera oración constituye –a mi entender- uno de los mejores comienzos de la literatura argentina. Cuentos, de Dinesen. Escritos de Artaud. (En la solapa, una lista de tareas hogareñas: llamar al herrero, comprar plantas, arreglar la canilla del baño.) Los apilo. Los guardo. Algunos dan lugar a suspicacias. ¿Cómo saber si este o aquél es mío? ¿ Tengo derecho? ¿Lo compré yo? ¿Me pertenece? ¿Es un bien común? Y, en ese caso ¿Cómo decidir? Ya casi embalé la mitad. Doy unos pasos hacia atrás. La biblioteca parece una boca abierta y desdentada. ¿Se ríe? ¿Se burla de mí?

Escucho a Franny subir y bajar las escaleras a un ritmo frenético. No le presto atención. Un tiempo después reparo en que ha estado trayendo cosas de su cuarto. La veo tirar una montículo en una caja. Me asomo al interior y veo el torso desnudo de una Barbie debajo de la carrocería de un convertible rosa, sobre una montaña de zapatos, sandalias y zapatillas. Levanta un brazo, como si hubiera sido embestida por el automóvil y suplicara entre escombros.

Por la noche, cuando me acuesto, no puedo dormir. Escucho la melodía de una partitura ajada. Sonidos discontinuos que provienen de vaya uno a saber donde. Pedazos de memoria resquebrajados, desprendiéndose como pintura seca de una pared, cayendo con estruendo, convirtiéndose en polvo. Fantasmas gimiendo. Tal vez, el pequeño roedor planeando su reentré.