Welcome
A veces tiene ganas de dejarse caer.
A veces quiere dejarse ir.
Conoce las consecuencias. Pero no se detiene.
Ahora, se despide de un grupo de gente con la que salió a tomar algo. Desconocidos. Sube a un taxi. Es de madrugada. Fuma. Toma cerveza del porrón que compró en un kiosco.
Once and again. Volver empezar. Ella siempre deja todo por la mitad. Su vida es un laberinto de Corlok.
El dispositivo perfecto de encastres que constituye su esqueleto empieza a erosionarse y se derrumba. A sus pies, una montaña de huesos apilados. Ella, un amasijo de piel laxa. Apenas un soplo de viento, una ráfaga, una idea equivocada, pueden dispararla hacia el abismo.
Calle corrientes. Una equis. Un cruce de caminos.
Se desvía.
Nadie hace este tipo de cosas en la vida real. Pero ella no quiere ser real. Quiere ser un personaje. Quiere poder mirarse desde afuera. Quiere ser otra. Quiere estar loca.
No está lo suficientemente borracha. Pero se marea, tiene nauseas.
El corazón palpita con fuerza, irrigando a toda velocidad la sangre que circula por sus venas y empuja las sienes, la piel transparente del reverso de sus muñecas.
En el kiosco de la esquina una bandita de pibes fuman porro y toman cerveza. Los mismos pibes de siempre, el mismo kiosco. La vereda, las baldosas, la puerta descascarada, el pasillo, el polvo de ladrillo desprendiéndose de a poco de la pared, las venecitas, el piso calcáreo. Todo sigue estando ahí. Igual.
Ella no duerme nunca. Toma wiskie todas las noches. No se pregunta por el futuro. No se compró ningún felpudo que diga “Welcome” sobre el cual depositar el barro sucio de los zapatos acumulado a lo largo de los últimos años. Pura deriva, y todas esas cosas.
Ahora, parada frente a la puerta de la cual todavía conserva la llave, proyecta la imagen de lo que – supone-sucederé en breves instantes. Va a girar la cerradura y va a abrir la puerta de calle. Va a caminar a tientas por la oscuridad del pasillo, acariciando la pared rugosa con la yema de los dedos hasta dar con la puerta del departamento. Va a introducir nuevamente la llave en la cerradura. Va a entrar, va a subir las escaleras sin que nadie la oiga, hasta llegar a la habitación. Los va a mirar mientras duermen desnudos. Va a estudiar el cuerpo de la otra contra el colchón que ella misma compró unos meses atrás. Las arrugas que se forman en la tela, debajo del peso que le imprimen a las sábanas (sus sábanas). El contorno de sus miembros aplastados por el sueño, horizontales, extendidos o doblados. Cuando se despierten, cuando abran los ojos advirtiendo su presencia y los embargue el pánico al ver una sombra erguida al pié de la cama, ella va a hacer de cuenta que se desmaya. Va a dejar caer todo su peso sobre el suelo. Va a romperse el cráneo si es necesario.