miércoles, 5 de septiembre de 2007

Mi vida como otra

Hay una cierta cantidad de cosas que no harías nunca en tu vida. Si viajaras en colectivo, por ejemplo, y vieras subir a alguien que te resulta vagamente familiar, nunca te levantarías de tu asiento, junto a la ventana, para dirigirte en dirección a aquél. No le preguntarías si recuerda que se conocieron en una fiesta, hace unos meses, esperando que se desocupe el único baño disponible. Ni el te respondería que no sabe bien de qué le estás hablando, fingiendo que tu cara no le resulta del todo extraña. No le dirías que alcanzaron a cruzar un par de palabras, un poco a los gritos y que el te dijo, alzando la voz por sobre la música, que era historiador. Nunca te enterarías, entonces, que tienen una historia en común. Porque –ajeno por completo al resto de los pasajeros, sentado un par de asientos delante del tuyo, absorto en la lectura de unos apuntes que apoya sobre sus rodillas, no te bombardearía con preguntas del tipo: cómo te llamás, a qué colegio fuiste, y vos qué hacés, cuantos años tenés. No habrían reparado –entonces- en una coincidencia por demás llamativa: que nacieron el mismo día, en el mismo año. Que fueron compañeros de grado durante cuatro meses, hasta que el se cambió de escuela. Que estuvo en tu quinta de Maschwitz, el mismo día que los dos cumplían diez años.

3 comentarios:

Alfil Negro dijo...

esta muy bueno!
da miedo pensar que el futuro es asi de fragil... pero que mas da

Pedro Kuy dijo...

Lo puedo ver, a él, leyendo esos apuntes que apoya sobre sus rodillas.

marina dijo...

feliz cuando te leo