martes, 1 de mayo de 2007

Y se hizo la abeja

Ya atravesé el hall de entrada. Aquel que recomiendan determinar como punto de encuentro en caso de extravíos. Ahora cruzo la extensa carpa blanca empapelada por los afiches de Dunken. La amplitud del espacio me supera. Todo me supera. Qué hago acá. En general, digo. Qué hago. Afortunadamente es un día de semana al mediodía. Eso quiere decir que no hay aglomeraciones de gente ni nada parecido. De todas maneras, estoy aturdida. Me desplazo como un astronauta, un poco flotando, haciendo el esfuerzo de conferir a mi cuerpo cierto peso, algo que contrarreste la falta de gravedad de esta biósfera húmeda, esponjosa. Juego con el hálito de vapor que se adhiere al vidrio de la escafandra y la empaña. Enclaustrada en mi misma.
Piso un stand. Revistas españolas. Compro dos. La voz de la vendedora es un eco lejano y confuso. Veo algún conocido. Giro en falso. No es sencillo moverse dentro de este traje gris plata, matelasé, y mucho menos pasar desapercibida. Me falta el aire. No tengo fuerzas. Hojeo las páginas de un libro. Compro a pesar de que soy plenamente consciente de que no tiene sentido, de que aquí es tan caro como en cualquier librería, alguna de las cuales, para colmo, me harían descuento por ser “amiga de la casa”. Compro, digo. Y no “robo”. Actividad que solía frecuentar en mis buenas épocas. Ahora, imposible. Todo pesa. Se entorpece. Ni lo pienso. Podría. Parece fácil. Pero no. Ya estoy grande para estos trotes. Pago, entonces. Y sigo el recorrido, balanceando la bolsita de nylon transparente con mis Beatrices Viterbos dejándose traslucir. Y ya está. Y me voy. Nada de todo esto tiene sentido. Pero antes. Antes. Pasar por el stand del Fondo de Cultura Económica. Ahí si. Ahí tienen esos maravillosos títulos infantiles y, para mejor, rebajados –estos si-. Me atiborro de varios de ellos como una niña golosa a la que le ofrecen una bolsa llena de caramelos. Entre otros, elijo uno que considero un gran hallazgo “Y se hizo la abeja”, de Ted Huges. Ahora puedo partir. Ya en el colectivo, camino a mi casa, abro el libro. Está anocheciendo y la ciudad empieza a cobrar un tono ceniciento. Leo y me dejo subyugar por la prosa encantadora y emotiva del poeta. Al llegar, le insisto a mi hija que me permita leerle el cuento. Ella asiente, pero al rato se distrae. Aparta el libro de mi vista con una mano y se pone a charlar con su oso.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

ex: menos beatrices viterbos, y más entropioa!!!

Experimentador dijo...

excelente.

Vir dijo...

Anónimo ¿Usted dice Entropía? Tengo entendido que es una boutique del barrio de Palermo. Hace poco pasé por la vidriera y vi que la campaña de la temporada otoño-invierno la protagoniza una top model internacional; una tal Lola Arias. (Los modelitos primavera-verano los lucía otra top, de origen teutón e inconmensurable belleza: Romina Paula. )
Experimentador: Bienvenido.

Anónimo dijo...

Manequéns eran las de antes: Mora Furtado, Rachel Satragno, el Claudia Sánchez...