miércoles, 13 de junio de 2007

Crónicas urbanas

Tramo Carranza-Callao bajo tierra. Luego de recorrer un trecho de, masomenos, dos o tres estaciones, sube un vendedor que empieza con el clásico speach ambulante: “tengan a bien disculparme, voy a robarle apenas unos minutos de su amable atención”, tonada jujeña algo forzada (¿Jujeña? ¿Soy acaso capaz de distinguir una tonada jujeña de una salteña? Bueno, pongamos.) Nada que nos obligue, a los hacinados viajantes, a ceder nuestros ronroneos y divagaciones íntimas. La mirada se pierde en el suelo de goma, en el cartel que promociona un instituto de aprendizaje del idioma inglés, en la puerta, en la estación Bulnes que se desliza hacia la derecha (¿O somos nosotros los que nos deslizamos? Ah! siempre me fascinó ese efecto sinestésico.) Pronto, sin embargo, un par de palabrejas vertidas por el orador ocasional empiezan a atraer la atención de algunos. ¿Dijo coito? El hombre, al parecer, promociona cierto producto autóctono que da en llamar “chipacito” y certifica su eficacia en casos de impotencia y eyaculación precoz. Durante unos breves segundos festejo el hallazgo. Creo estar en presencia de un episodio real investido de un poder teatral enorme. La gente aún no reacciona. Un hombre, exactamente a mi lado, pega un grito: que no sea maleducado, le grita. Que hay mujeres y criaturas a bordo, que no sea insolente, procaz. Lo insta a bajarse, o, al menos, a callarse. El Jujeño (¿Salteño?) arremete, dilapida guarangadas. El otro, (pelirrojo, medio pelado. No puedo dejar de notar dos dijes que penden de su cadenita: una estrella de David y un candelabro) cual adalid de las buenas costumbres, le recrimina que el tal chipacito no está aprobado por bromatología. Gran desilusión. Es fácil darse cuenta de que se trata de una representación impostada, flagrantemente ensayada. La cadencia del diálogo en seguida los delata. El pelirrojo proyecta la voz de un modo estudiado (¿Serrano? Lito Cruz? ¿Fernández?) De alguna manera, algo falla. Se abre un abismo entre la ficción y la mentira. Son actores intentando reproducir la realidad de la mentira de la realidad. Incapaces de despojarse del barniz de la Elocuencia (así, con mayúsculas). El vagón hierve de desconcierto. La gente se busca con la mirada, algunos sonríen. Por mi parte, también escudriño a los pasajeros intentando encontrar algún cómplice que, como yo, haya comprendido que se trata de una farsa (nunca mejor utilizado el término). Me topo con los ojos de un rostro vagamente conocido. Sonríe. Me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. Pronto, la vaguedad se disipa. Es una certeza: el hombre es Marcelo Cohen. (Es muy curioso esto de conocer la apariencia de los escritores. Una –yo- sabe sus nombres y algo de sus biografías, mientras que ellos, que no son ni mucho menos celebridades, ni se imaginan que se los está reconociendo). Al cabo de dos minutos finaliza el acto. Y, con un estilo “era una jodita para Tinelli”, nos “revelan” que son actores de nosequé compañía de teatro callejero y que van a pasar la gorra...” Yo los aplaudo fuerte. (Soy de esas que aplauden siempre al final de un número artístico a bordo de algún medio de locomoción público). Pero no les doy ni puta moneda. Durante el breve trayecto que resta, cada uno vuelve a lo suyo. Algunos depositan algún morlaco dentro de la gorra . Marcelo lo hace - por ejemplo- y después se dedica a continuar subrayando concienzudamente un articulito recortado de un diario cuyo título alcanzo a leer: “El arte conceptual”. O algo así.

6 comentarios:

H de K dijo...

bueno. me gusta la actitud de decir ni una puta moneda.Ja ja. esta bueno.

ERLAN dijo...

¿Esto fue hace mucho? ¿O fue ayer, por ejemplo?

Vir dijo...

Ayer, Prats. No me diga que usted estaba en el mismo subte...
(Gracias, Hector)

ERLAN dijo...

El mundo, ex, el mundo... está a la vuelta.

franko dijo...

A mi no ma pasan esas cosas en los subtes
¿porque?

Vir dijo...

Será porque toma poco transporte público, franko. Cosas así suceden all the time.