martes, 2 de octubre de 2007

De la evasión

Desde ninguna parte abre la puerta de su casa. Pelusas suspendidas en la penumbra. No prende la luz. Camina hasta la cocina. Abre el grifo. Llena la pava. Enciende la hornalla. Espera de pié el estremecimiento del agua. El sonido de las burbujas chocando contra la superficie metálica, dabajo de la llama violácea. Llena la taza. Sumerge una bolsita de té. Observa el movimiento ondulante y estriado de la infusión tiñendo el agua. Camina con la taza entre las manos con movimientos morigerados, esquivando las profusiones de dolor que reptan por su espalda. El calor atravesando la loza, sobre sus palmas. Se sienta en el sillón, al borde de la nada. Deposita los isquiones en la almohada. Ajusta las escápulas. No se acurruca. No se deja ir. No se deja ser. No se deja estar. Se embalsama. Los ojos abiertos, impestañeables. El viento azota las ventanas. El líquido intacto, dentro de la taza, despide todo su calor. Ella inmóvil, sujeta por el hay, por la densidad de su carne, se despide sin irse a ninguna parte. Se dirige hacia un futuro impracticable. Morirse sin hacer nada. Dejar de ser, siendo. Desangrarse, clavada en la cruz de su tachadura. Sonidos: tacos de mujer en la vereda, llanto de niño, el timbre del teléfono, voces que suben desde la calle atravesando la corteza del cerebro, impulsan una lluvia magnética de fibras que se agitan. Los significados se deseslabonan de sus significantes y se disuelven en la densidad húmeda la lengua. Nada Tiene Sentido.

3 comentarios:

Pedro Kuy dijo...

Qué queda, después de eso.

Vir dijo...

Ay, Pedro queseyó.

Alfil Negro dijo...

una dosis masiva de banalidad, eso es lo que queda